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Los sueños de un país trasnochado

Nuestra voz debe alzarse por encima de cualquier circunstancia, siempre pensando en un mejor bienestar para nuestros niños, niñas, y jóvenes del hoy que continuarán transformando la nación del mañana.

Agosto 6, 2020

Colombia es un país totalmente centralizado en el cual las decisiones políticas, económicas, sociales y educativas se toman desde las grandes capitales.

Estas determinaciones se ejercen con una arrogancia abrumadora, silenciando las voces de las poblaciones rurales, las comunidades afrocolombianas, indígenas, palenqueras y campesinas que terminan siendo oprimidas, invisibilizadas, maltratadas y asesinadas con la mirada cómplice de gobernantes y habitantes del centro; los mismos que le dicen NO a la paz desde sus sillas isabelinas: gordos y putos de una confrontación la cual han vivido de lejos y como pasivos espectadores.

Cómo educar, qué enseñar, de qué manera invertir, cómo vestir, cómo vivir, qué es importante y qué no, son los preceptos que quieren promover (o más bien ‘imponer’) desde el centro, implantando un sistema de necesidades y beneficios únicos pensados desde el capitalismo ególatra y nunca empático.

Colombia parece ser un país de centro que históricamente ha beneficiado los intereses de “su mano derecha” y ha desconocido las realidades de sus habitantes; aquellos que aún conservan la esperanza de un mejor país.

En el ámbito educativo también hemos visto esta tendencia. La educación pública sufre enormemente por las desigualdades sociales e históricas que no han generado los avances esperados.

Las políticas educativas han girado en torno al desarrollo planes y estrategias pedagógicas de carácter hegemónico que pretenden formar niños y niñas de un solo molde, con una sola cosmovisión del mundo, con idealismo temeroso del pensamiento crítico. 

Estas estrategias registran muchos objetivos ambiciosos con aparentemente “ideales” proyecciones hacia el futuro, pero paupérrima materialización de acciones. La brecha educativa es evidente: la educación pública se ve afectada por la falta de recursos y oportunidades de profesionalización docente, mientras que la educación privada goza de un importante estatus en el país y una indudable capacidad económica, alimentada por la contribución de sus clientes. Por ahora, la educación sigue siendo un “derecho” muy difícil de alcanzar y de brindar con calidad.

Por otro lado, en el ámbito social, las desigualdades no pueden ser diferentes. El atropello a los resguardos indígenas, el abandono de las comunidades afrocolombianas, la falta de oportunidades para los campesinos, la violencia contra los niños y niñas, el maltrato a la mujer, etc., han degradado socialmente un país que cumplió recientemente doscientos años de independencia.

No obstante, esta independencia aún guarda rastros de colonialismo patriarcal. Para cambiar esta realidad, es necesario entender la diversidad como una oportunidad y no como un problema. Permitir dinámicas diversas, pensamiento crítico, confrontación política, movilización social, liderazgo comunal; ese debería ser el punto de partida para lograr las transformaciones sociales y ciudadanas que encausen procesos pedagógicos móviles e incluyentes, buscando así,  iniciar el camino hacia una Colombia diferente.

Es imposible concebir un país como el nuestro sin el pluralismo que lo caracteriza en el interior. Es menester pensar en los demás, crear proyectos compartiendo la palabra, en donde estén inmersos los entes socioeducativos de cada región. La relación de cada población con su territorio y con su historia, hace que el mundo deje de verse como uno solo y se convierta en muchos mundos andantes, cada uno de ellos con un diferente color, sabor, movimiento y sentimiento.

En esta misma línea de pensamiento, debemos decir que existe una saliente necesidad de promover la ética en nuestro país. Esta es una nación donde el argumento del ‘otro’ no tiene validez alguna y se le juzga por pensar diferente (‘juzgar’ es una palabra demasiada laxa si la comparamos con las atrocidades que le ocurren al ‘otro’ que piensa diferente).

Es un país que se acostumbró y naturalizó la violencia. Por ejemplo, es inconcebible ver cómo un país elige a sus gobernantes con el “orgullo de patria” que genera derrotar al contrincante. Hemos alcanzado niveles de polarización que no le hacen bien a una nación necesitada de liderazgos, alianzas desinteresadas, y relaciones reconciliables.

El argumento es ahora parte de un segundo plano y mal construido sobre la base del ‘ganar’ individual, no del ‘ganar’ colectivo y beneficioso para todos. La clase política tradicional ha dado nefastas muestras de ética, perpetuando la burocracia y el formalismo de las cosas por encima de la urgencia de justicia verdadera.

Es un sueño pensar en un mejor país, y los maestros somos soñadores por naturaleza. Aun cuando tenemos una realidad adversa, los maestros estamos llamados a perseverar, a resistir, a insistir. Los maestros tenemos el poder de transformar sociedades y aunque no siempre contamos con las suficientes garantías para el sano ejercicio de nuestra vocación, por Colombia, vale la pena. Nuestra voz debe alzarse por encima de cualquier circunstancia, siempre pensando en un mejor bienestar para nuestros niños, niñas, y jóvenes del hoy que continuarán transformando la nación del mañana.

 


Imagen Kuanish Reymbaev on Unsplash

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Docente en la Universidad de la Amazonia y Docente en la Universidad Surcolombiana
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Henry Alberto Berrio Zapata
Gran Maestro Premio Compartir 2007
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