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Competencias en educación superior, desarrollo y evaluación: primera aproximación

¿El desarrollo de las competencias es un desideratum de las instituciones de educación superior, impuesto por las condiciones del trabajo del egresado en la sociedad?

Diciembre 15, 2020

El artículo presenta el desarrollo de las competencias como un desideratum de las instituciones de educación superior, impuesto por las condiciones del trabajo del egresado en la sociedad de la información y la comunicación.

Por ello, destaca que éste debe estar preparado para el trabajo en el mercado global, hecho que lo obliga a contar con aptitudes, actitudes, habilidades y conocimientos que le permitan enfrentar con éxito su labor profesional.

Después de pasearse por diferentes conceptos de competencias, de las cuales se cita: saber hacer en contexto, todas ellas conectadas con la indispensable vinculación de la universidad con el sector productivo, se especifican las condiciones integrales que deben presentarse en el acto educativo que pretende generar competencias.

Es así como se presentan cuatro modelos, denominados conductual, integral, y de acumulación de evidencias. Se hace también referencia a uno sin denominación, presentado por Lèvy-Leboyer (2003), que lo subdivide en cuatro categorías: test, referencias, muestras y centro de evaluación.

Desarrollo de las competencias

La educación es tarea de sujetos y su meta es también formar sujetos… de ahí que venga timbrada “por un fuerte componente histórico-subjetivo, tanto en quien la imparte como en quien la recibe” (Savater, 1997, p. 145); una deliberación sobre los fines de la educación es una reflexión acerca del destino del individuo, sobre el lugar que ocupa en la naturaleza y lo relativo a las relaciones que establece con los demás seres humanos.

La educación puede ser entendida como una gestión práctica que tiene dos resultados: la capacitación y la formación. Los educadores realizan la práctica educativa con el propósito de que los sujetos sean transformados en personas adaptadas a una determinada sociedad.

Se entiende por capacitación el proceso mediante el cual la persona adquiere conceptos, procedimientos, informaciones, etc., que permitirán su desempeño en una actividad determinada o en la construcción de algo. Según Siliceo (2000) es “la función de la educación que imparten las organizaciones a su personal” (p. 3).

Siliceo (2000) distingue dos formas de capacitación: aquella para hacer que define como la común, la que generalmente se práctica y que descansa casi siempre en el adiestramiento. Sus condiciones son: “lo observable, lo cuantificable, lo dominable” (p. 5). Existe otra, para llegar a ser, la cual se proyecta hacia el desarrollo del hombre, es decir, hacia el perfeccionamiento de su personalidad y que “descansa en motivos principalmente éticos (…) Se refiere, entre otras cosas, a la conciencia de la responsabilidad personal en el trabajo” (p. 5).

La educación es también instrucción, útil en la medida en que las personas puedan desarrollar su inteligencia individual y adquirir conocimientos que permita razonar por sí mismos; es decir, va más allá de la capacitación. En otras palabras, es formación e implica, por parte de las personas, “la adquisición de actitudes, normas y valores que permitan ver la realidad de una manera socialmente aceptada, lo cual posibilita adaptarse a lo normativo dentro de una sociedad determinada” (Argudín, 2005; p. 26).

En la educación basada en competencias, el fin y el centro del aprendizaje es el alumno, por lo que es necesario reforzar el desarrollo de su pensamiento crítico, con el objeto de que cuente con herramientas que le permitan comprender, reflexionar y elegir libremente, de tal forma que pueda comprometerse con la construcción de sus propias capacidades. De esta manera, el educando crece en sus dimensiones de ser persona, dentro de la indispensable congruencia entre las necesidades de la sociedad y su propio proyecto de vida. La palabra competencia se origina de los vocablos griegos agon, y agonistes, que indica aquel que se ha preparado para ganar en las competencias olímpicas, con la obligación de salir victorioso y por tanto de aparecer en la historia (Argudín, 2005).

La educación griega, en un principio, estaba orientada a alcanzar la virtud suprema, areté, lo cual era la aspiración de todo ciudadano. A partir de Pitágoras y con Platón y Aristóteles, cambia el sentido de la educación y la virtud suprema adquiere un nuevo significado: ser el mejor en el saber. Las competencias se desplazan entonces, desde el poseer habilidades y destrezas para triunfar, hacia demandas culturales y cognoscitivas. En palabras de De Zubiría (2006), “la distinción entre ser en acto y en potencia formulada por Aristóteles será retomada para hablar de competencia y actuación en el terreno de la lingüística” (p. 70)

Con el nacimiento de la Sociedad de la Información, caracterizada por fenómenos como la globalización y el desarrollo de los medios de comunicación, el ser humano se enfrenta a unas relaciones profundamente complejas, que lo obligan a comprender que debe hoy más que nunca, reflexionar sobre su estado de ser persona. A partir de esto, debería edificar su trayectoria de vida desde la elaboración de proyectos personales, que le permitan, a pesar del corporativismo, fijarse metas, trabajar para alcanzarlas y hacerse responsable de sus propias acciones.

Las competencias necesarias para el dinamismo que requiere la Sociedad del Conocimiento demandan que las instituciones educativas deban hacer las cosas de manera diferente, lo que hace indispensable una nueva forma de pensar; ya que los egresados del subsistema educativo superior deben ser formados para una labor donde lo único permanente es el cambio, puesto que la incertidumbre forma parte de la educación (Morín, 2000). Así mismo, existen otras características del trabajo que deben desarrollar, entre las cuales están: adoptar una visión del pensamiento complejo, utilizar nuevas terminologías, símbolos y metáforas, construir una visión de futuro compartido y plantearse innovaciones estratégicas en forma permanente, entre otras (Ibíd).

Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 1998), se señala que para alcanzar las metas educativas para el subsistema de educación superior se requiere un plan que contemple varias fases: la intención particular del individuo de actuar, convenir previamente los resultados que se desean obtener y la inversión de esfuerzos en colectivo para alcanzar las metas.

En la Conferencia Mundial sobre la Educación (UNESCO, 1998), se expresó que es “necesario propiciar el aprendizaje permanente y la construcción de competencias adecuadas para contribuir al desarrollo cultural, social y económico de la Sociedad de la Información” (citado en Argudín, 2005, p. 12).

El espíritu emprendedor que caracteriza esta nueva época, exige, como lo plantea la UNESCO, la construcción de competencias como una nueva cultura académica, en la que se promueva un liderazgo que coincida con la naciente sociedad, la cual demanda información tecnológica y el desarrollo de habilidades de conocimientos, de adaptarse a las demandas del contexto, de servir e interactuar. La UNESCO (citado por Argudín, 2005) define competencia como: “El conjunto de comportamientos socioafectivos y habilidades cognoscitivas, psicológicas, sensoriales y motoras que permiten llevar a cabo, adecuadamente, un desempeño, una función, una actividad o una tarea” (p. 12).

 

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Imagen Keira Burton en Pexels

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Escrito por
Profesor Universidad Nacional Experimental de Guayana; Universidad Católica Andrés Bello.
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