Aquí los problemas ya no se centran en los mecanismos de procesamiento y recuperación de la información, sino en la forma como las personas comparten recuerdos.
La escuela tiene la obligación de hacer de la lectura y la escritura no sólo instrumentos efectivos de la comunicación sino también medios de interacción y objetos de reflexión permanente.
La paz no debe ser vista como una norma, sino ir más allá, entendiéndola como un elemento clave en el gran desafío para conseguir la calidad en la educación de Colombia.
La escuela que queremos y que soñamos debe estar pintada de blanco, de negro, de artista, de mulato, de campesino, de grafitero, de rico y de pobre. Una escuela diversa y universal.
Una reflexión planteada al artículo ‘Los deseos y frustraciones escolares en la participación ciudadana’ publicado en coautoría con Xosé Manuel Souto y Alba Jiménez.